El mar tiene una energía especial que nos envuelve inevitablemente. Canciones, películas, libros… Desde luego es fuente de inspiración con la dualidad de evocar experiencias pasadas y ensueños futuros. Símbolo de inestabilidad a la par que de constancia. Mirar el mar nos conecta con nuestra esencia. Las olas se forman con la misma agua de los mares una y otra vez, al tiempo que cambian con nuevos patrones, como nos sucede a las personas: somos siempre las mismas en esencia, aunque los pequeños detalles van definiendo nuestra trayectoria y anhelos.
El mar, la vida, todo en constante cambio y movimiento. Quizá esa sea la clave que nos hace año tras año desear ir a la playa en la época estival, querer reconectar con nosotros mismos/as, a la vez a la vez que desconectamos de quienes hemos sido durante todo el año, soñar o incluso lograr volver al otoño con nuevas ilusiones y esperanzas.
No a todo el mundo le gusta la playa, hay quién es más de montaña, pero no solo en la playa se conecta con el mar. Un paseo por el puerto, una ruta en coche con el mar de fondo… Son muchas las formas de disfrutar el regalo que supone para nuestros sentidos.
En España tenemos la suerte de contar con un lugar peculiar, donde el mar juega un papel cuanto menos curioso: la playa de Gulpiyuri, en Asturias, entre Llanes y Ribasella. Es la playa más pequeña del mundo. Cuando sube la marea, queda completamente cubierta de agua, y al bajar, el mar desaparece visualmente quedando a la vista un pequeño paraje rocoso. ¡Para que luego digan que no llueve a gusto de todos!
Hay cientos de lugares perfectos en los que hacer un pequeño picnic, o simplemente tumbarse en las toallas de playa a disfrutar del atardecer.
Imagínate sentado/a en un precioso mandala, la mejor compañía, tu picoteo favorito, tu pareo de playa, el mar de fondo y el sol poniéndose… Apetece, ¿verdad? Sea cual sea el destino que elijas, no dejes de disfrutar y sacar a relucir tu mejor versión.
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